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ASÍ ME ENCONTRÉ

Así me encontré

Mi vida profesional ha tenido la tendencia a parecerme más estable. La primera vez que creí necesitar soporte psicológico fue precisamente porque me sorprendía cómo había sido capaz de tener tan claro a dónde quería llegar como emprendedora y como CEO y, por otro lado, sentir que el camino de Ana Karla se veía tan blurry y carecía de dirección.


Desbalance

Durante la universidad llegué a escuchar historias de mujeres exitosas que lograron cosas extraordinarias en sus trabajos, pero sus vidas privadas eran (por así decirlo) un fracaso. Mujeres que se sentían incompletas por falta de amor o de pareja, o mujeres que deseaban embarazarse y no tenían con quién, o aquella que prefirió un in vitro proveniente de un banco, ya sea por falta de compañero o por mero gusto, pero que al final del día no quedaba del todo satisfecha. Creo que estas historias estuvieron resonando en mi cabeza durante años y simplemente decidí encajar mi modelo de vida en una de esas.


Soledad

A mis 30 me salí de casa de mis padres para vivir por mi cuenta. A mis 31 hice el primer viaje a la Patagonia de introspección. A pesar de haberlo disfrutado, tengo que admitir que, estando tan lejos, llegué a pensar que era mejor viajar acompañada, que la soledad no era para mí, que “happiness is only real when shared”… Quise darle otra oportunidad y, en efecto, le agarré el gusto y el amor a mi propia compañía. Después de este vinieron otros más –te recomiendo que no tengas miedo y que lo intentes–. Hablar con tu conciencia te dará más dudas o, con suerte, mayor claridad, pero lo que es un hecho es que te hará conocerte aún más.


Dudas

Tengo claro que los bebés y los niños siempre me han dado ternura. Soy de las personas que, cuando hay un bebé, se ofrece a cargarlo. Pero durante mucho tiempo creí que la responsabilidad maternal no encajaba con mi estilo de vida, mis planes profesionales ni la relación sentimental en la que me encontraba.

Las cosas empezaron a cambiar cuando una de mis BF tuvo un bebé. La manera en que observaba su rutina familiar y su nuevo núcleo: padre, madre, hijo, me estremecieron y comenzaron a llegar las dudas. ¿Entonces sí quería ser madre? Qué decisión tan más difícil. Si tengo ganas de hacer algo, lo hago, pero esto no era como teñirse el pelo de rosa, irse de viaje o ponerse un tatuaje.


La indecisión se apoderó de mí y no hice nada al respecto, o por lo menos tardé algunos años para actuar. Porque, para este momento, ya tenía conocimiento de que podía congelar mis óvulos, pero me negaba al procedimiento: un poco por desidia y otro porque no me gustaba que la recomendación llegara de mi pareja en ese entonces. En mi mente pensaba: “¿Por qué no quiere tener un hijo conmigo?” Y mi modo de rebelarme fue sabotearme a mí misma.


Cambios

Llegó a mi vida una nueva persona y, con ello, nuevos sueños y deseos. No fue sencillo; me costó mucho soltar. Me llené de libros y de sesiones terapéuticas.

Mientras tanto, continuaban mis estudios en mi MBA y me teñía el cabello una vez más. Ahora fue color negro, ahora que lo pienso, quizá representando el momento difícil por el cual estaba pasando.

Bien dicen que el tiempo es sabio, y así fue. Terminé la maestría, me refugié una vez más en mis empresas, y fluí como una ola del mar.


Balance

El balance lo buscas, pero te encuentra cuando dejas de estar estresado por encontrarlo.

Gracias a mi pareja, mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo y mis perros por influir en este tiempo de espera y de paz.

La felicidad no es absoluta ni sempiterna; seguiremos trabajando en ella, hoy y mañana también.


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